SANTA MARÍA, ASUNTA Y REINA
El pasado 15 de agosto celebramos la Solemnidad
de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, fiesta de Nuestra Señora,
popularmente conocida como “fiesta de la Virgen”. La solemnidad del
15 de agosto celebra la gloriosa Asunción de María al cielo: fiesta de su
destino de plenitud y de bienaventuranza, de la glorificación de su alma
inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta configuración con Cristo
resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la
consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final; pues dicha
glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hechos hermanos
teniendo "en común con ellos la carne y la sangre" (Hb 2, 14; cf. Gal 4, 4).
El 22 de agosto, ocho días después, la liturgia de
la Iglesia celebra a la Bienaventurada Virgen María, Reina. Nos encontramos en
lo que antiguamente se denominaba, octava de la Virgen, es decir, cada gran
Solemnidad, y esta lo es, tiene su octava, su ampliación, para que el pueblo
cristiano prolongue su alegría y gozo.
Nuestra parroquia de San Lorenzo tiene la suerte
de contar, en todo lo alto del retablo del altar mayor, con un cuadro que
conmemora el momento de la Asunción de María y su coronación. Antes de
acercarnos a este cuadro conmemorativo digamos algo de estas dos
conmemoraciones marianas y su relación en el calendario litúrgico.
Pablo VI en su exhortación apostólica Marialis cultus 6 (Culto de
María) subraya
el vínculo profundo que existe entre la Asunción y la Coronación de la Virgen: “La
solemnidad de la Asunción se prolonga jubilosamente en la celebración de la
fiesta de la Realeza de María, que tiene lugar ocho días después y en la que se
contempla a aquella que, sentada junto al Rey de los siglos, resplandece como
Reina e intercede como Madre“.
Es una celebración bastante moderna, de hecho,
fue declarada dogma de fe por Pío XII en 1954, respondiendo a la creencia
unánime ya desde los primeros cristianos que María es Reina y Señora del
universo, por ser Madre del Rey de reyes. La coronación de María como Reina de
todo lo creado, que rezamos en el quinto misterio glorioso del Santo Rosario,
está íntimamente unida a su Asunción al Cielo en cuerpo y alma.
En el Evangelio de San Lucas, cuando tiene lugar la Anunciación, el Arcángel San Gabriel
dice a María: “No temas, María, porque
has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás
por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor
Dios le dará el trono de David, su padre, y Él reinará sobre la casa de Jacob
por los siglos y su reinado no tendrá fin” (Lc 1, 26-38).
En el
Libro del Apocalipsis, se presenta a la Virgen como una Mujer radiante coronada
con doce estrellas y con la luna bajo sus pies como
pedestal (Ap 11, 19a. 12, 1-6a. 10ab).
El primero en llamarla Reina fue en realidad Efrén
de Siria, teólogo, escritor, doctor de la Iglesia católica y santo de
origen siríaco que vivió en el siglo IV. En uno de los veinte himnos que dedicó
a la Virgen, a la que era muy devoto, se dirige a ella de la siguiente manera:
“Virgen Augusta y Dueña, Reina, Señora, protégeme bajo tus alas, guárdame,
para que no se gloríe contra mí Satanás, que siembra ruinas, ni triunfe contra
mí el malvado enemigo”.
El Concilio de Éfeso (siglo V) definió a
la Virgen María Theotokos, «madre de
Dios». De aquí nacieron muchas formas de devoción popular a
lo largo de los siglos, culminando con la coronación de la Virgen María Reina, muchas veces con preciosas coronas
de oro y joyas recogidas de los fieles como ofrenda penitencial.
El Concilio Vaticano II, después de
recordar la Asunción de la Virgen “en cuerpo y alma a la gloria del
cielo", explica que fue “elevada por el Señor como Reina del universo,
para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor
del pecado y de la muerte" (Lumen gentium 59).
La devoción mariana, ha estado siempre arraiga en
España, su geografía esta jalonada de Santuarios y Ermitas marianas con muy
diversas advocaciones. Las últimas palabras que pronunció San Juan Pablo II,
en su última visita a España en el año 2003, fueron: ¡Hasta siempre, España! ¡Hasta
siempre, tierra de María!
Y ahora sí, vamos con la aproximación
iconográfica y simbólica del cuadro de la Asunción y Coronación de la Virgen
que tiene nuestra parroquia de San Lorenzo en todo lo alto de su retablo mayor.
Se trata de un bello lienzo de autor desconocido que representa la Asunción y
Coronación de María a los Cielos. La figura de la Virgen se ubica en el centro
de la composición. Una túnica roja y un manto azul visten su cuerpo, elevado al
cielo por ángeles y querubines. Su
cabeza está rodeada por doces estrellas y la coronan dos querubines con una
rica corona y cetro real.
El cuadro está cargado de simbolismo:
- La Corona, posee una base circular, la perfección de esta forma geométrica la identifica con la divinidad. Además, se coloca en la cabeza, vista desde la Antigüedad como la parte más noble del cuerpo humano y nexo entre la realidad humana y Dios. Es por este motivo, por el que, al ser una persona coronada, se consideraba en el pasado que se le estaba otorgando un carácter sagrado e, incluso, se le concedía a través de ella la protección divina.
- Doce estrellas sobre su cabeza, que hace que se muestre toda luminosa e iluminada, indicando que está en la presencia plena de Dios. Es una Virgen que ya ha ascendido a los Cielos. Las doce estrellas aluden, a las tribus de Israel y a los doce apóstoles (la Iglesia), que tienen la misión de anunciar la salvación. La Virgen está asociada a la misión de Cristo y de su Iglesia y el número doce alude precisamente a la misión y envío de todos aquellos que, a imagen de Cristo, son mediadores de la Gracia de Dios en el mundo.
- Su vestido rojo es sencillo y modesto. La Virgen no necesita de ostentosas prendas para demostrar su grandeza, sino que su devoción divina es lo que la hace verdaderamente admirable. Los vestidos de la Virgen también se han utilizado como un símbolo de la devoción a Ella y como una forma de honrar su papel en la historia cristiana. El rojo, nos recuerda el amor de Dios por nosotros, y el sacrificio que hizo al enviar a su Hijo Jesús a morir por nuestros pecados. El rojo es el color de la sangre y del fuego, ligado por tanto a la fecundidad de la vida, para simbolizar el heroísmo del sacrificio y el incendio de la caridad, así como el amor divino. La Virgen María también sacrificó mucho en su vida, desde su aceptación de ser la madre de Jesús hasta su dolor en la crucifixión. El rojo también es un color netamente humano, representando, la plenitud de la vida terrenal, por ser el color del corazón.
- Su manto azul simboliza a María como Reina del Universo. El color azul ha sido siempre un símbolo importante en la fe cristiana. Representa la pureza, el cielo y la divinidad. El manto azul de la Madre de Dios es un símbolo poderoso de su papel como la Reina del Cielo y la Madre de Dios.
En resumen, los colores rojo y azul, muy representados en las antiguas tallas románicas de la Virgen y los Santos, simbolizan la unión perfecta del cielo (azul) y la tierra (rojo), de lo divino y lo humano que encuentra su plenitud en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
- Los brazos abiertos, señal que asciende o está en el cielo, acompañada por la corte celestial (ángeles y querubines) que no solo rodea su cuerpo, sino que parece empujarlo hacia el cielo.
- Sus ojos tienen la mirada hacia el cielo (representado en el cuadro con el punto de luz más intenso). El cielo, es lo que siempre María, en su vida, ha preparado, creído, anunciado y esperado. Los ojos son el reflejo del alma y por eso están especialmente iluminados.
- El cabello suelto, es signo de su virginidad.
- Cetro o vara que lleva uno de los ángeles. Es signo de realeza y junto con la corona se la nombra soberana.
“Desde el cielo,
María mira a cada uno de nosotros con amor maternal, por lo que os invito a
dirigir la mirada hacia Ella para que nos conduzca a la salvación” Papa
Francisco.